Francisco Cifuentes
Paul Tabori fue un ciudadano húngaro que escribió un libro sobre La historia de la estupidez humana; por años tuve curiosidad de ojearlo. Solo hasta hace poco, de carambola, llegó a mis manos. Los temas fueron interesantes en su tiempo y aunque deben servir de escarnio, las aberraciones de las situaciones de la sociedad que presenta en la obra siguen repitiéndose una y otra vez. Errar es de la esencia del hombre, errar estúpidamente, cuando hay un colectivo de voluntades, incrementa las probabilidades de que se presente esta manifestación de la conducta social.
El capítulo colombiano de esta historia que he venido royendo en la cabeza tiene entradas que se han debilitado con el paso del tiempo; las restricciones de la documentación han llevado a que lo que fue un deleite en mi archivo neuronal sea ahora una espina en la garganta y un tormento por no haber acometido con más diligencia la tarea de escribirlas y documentarlas. Quizás ahora con la ayuda de esa memoria inagotable que está poniendo al alcance todos internet pueda en alguna fecha futura hacer lo procrastinado.
La estupidez es un privilegio de la inteligencia humana. Solo el hombre puede cometerla; en esta cuarta entrada de la historia de la estupidez colombiana me he cuestionado si debo referirme al movimiento, al fenómeno, a la cofradía, a la secta, o la franquicia.
Los negociaciones de paz
La historia del ELN está cosida al petróleo. Desde su irrupción como grupo insurgente en el departamento petrolero por excelencia, en la ciudad petrolera por excelencia y con el sindicato petrolero por excelencia como su fortín para la selección de sus cuadros políticos; hasta nuestros días con los bombazos al tubo petrolero por excelencia, que se han vuelto un terreno común de los noticieros de cada día, tan común como las convocatorias a la paz en medio oriente hechas por el Papa.
La historia de este movimiento tiene también otra cosedura en las alforjas de sus morrales: la Iglesia. El elemento religioso siempre ha rondado y rondará lo que haga o deje de hacer el ELN. Desde la utilización del prestigio político del cura Camilo que desembocó en comprometerlo hasta el punto de arrojarlo al infierno de su trágica aventura; la aparición de una legión de curas y religiosas españolas en la dirigencia; el sacrificio (asesinato) de por lo menos dos quijotes españoles dedicados al ejercicio sacerdotal por celos sobre la santidad indiscutida de estos mártires; las negociaciones en territorio europeo con dineros aportados por la iglesia alemana en el convento de “La puerta del cielo”.
El movimiento en sí no puede ser catalogado actualmente como una estupidez, pues tiene ángeles exterminadores; caletas con minas quiebrapatas, y en consecuencia territorios “liberados” de la pisada de cualquier mortal; caletas con explosivos que utiliza para recordar a los colombianos que su poder de terror es real; y caletas con colombianos sometidos al oprobio del secuestro para demostrar que desafía a la autoridad del Estado en la custodia de sus ciudadanos. Pero en la historia colombiana de la estupidez bien cabe el proceso de negociaciones con el gobierno que ha sostenido el ELN desde siempre, pues con la misma frecuencia que nos “sorprende” con otra voladura del oleoducto, lo hace con una propuesta o un reversazo de lo que parecía un inminente nuevo paso en la negociación.
Se puede ir tan atrás como se quiera, desde la división interna en sus comienzos y los fusilamientos y asesinatos de sus dirigentes (Jaime Arenas; Aguilera, Cortés.) que son centenares y que determinaron la negociación del gobierno con bloques separados acordándose la paz y la desmovilización con la llamada, creo, “Corriente de renovación socialista”; hasta el heroico esfuerzo de “tabaquito” por salvar la vida del ex ministro Argelino Durán Quintero en una reanimación del corazón del anciano a “cielo abierto”; quien estaba cautivo en sus cambuches mientras se negociaba y cuya muerte desembocó en la ruptura de las conversaciones de paz que se adelantaban en Táxcala. O se puede retraer la memoria de la negociaciones a los períodos mas próximos donde unos personajes sin oficio se proclamaron como “representantes de la sociedad civil”, y acompañaron durante meses a unos guerrilleros con sobrepeso a comer “lomitos de salmón” en la “Puerta del cielo”. De donde salió la propuesta de una Asamblea constituyente y otros embelecos como la federalización del país o la estupidez de que la edad apta para que cualquier colombiano pudiera ser secuestrado por este movimiento era de toda persona menor de setenta años o algo así. También hay en el tintero de la historia negociaciones en Caracas, y al calor del “mojito” en La Habana. Se puede ir tan lejos como Alemania o tan cerca como Itagüí, donde una especie de “monje” o rasputín entra, sale, radiotelefonea y recibe credenciales y súplicas de negociadores y dolientes o se dirige sin reproche alguno al Congreso en pleno.
Finalmente en este gobierno de manera improvisada e inconsulta apareció embarcado el presidente mexicano con una solicitud de mediación del presidente Uribe Vélez en una situación en la que no pudo decir no. Las negociaciones se iniciaron con la seriedad y trascendencia con que se asume todo lo que sea mejicano; fue nombrando un embajador dedicado exclusivamente a la tarea, quien se entregó a su trabajo como verdadero profesional. Los dires y decires de cómo se avanzó o retrocedió en esta negociación quedarán en los anaqueles del secretismo diplomático, tanto mejor que así sea, pero, lo que si es público, fue la forma abrupta como el gobierno mejicano retiró sus buenos oficios cuando el ELN, no sé si siguiendo alguna directriz desde la Habana o viendo que estaba llegando a un punto de no retorno en la negociación de la cual era muy difícil desertar; simplemente se abrogó la condición de “potencia extranjera sin asiento en la ONU” y desautorizó el voto del gobierno mejicano en un asunto sobre derechos humanos contra el gobierno de Cuba.
Esa es la contribución a la estupidez. Vuelve y juega el proceso. Estamos en cero.
La rueda del círculo volvió activarse en la ciudad de Habana, durante el año 2006 se han celebrado varias reuniones “exploratorias” que pueden correr la misma suerte del artista del hambre. Son tantas –creo que van cuatro rondas–, son tan lentas y tratan de temas tan elevados que corren el riesgo de que los barrenderos del circo arrumen las mesas y los negociadores a ninguna parte y ellos obnubilados por la trascendencia de los temas que los ocupan, apenas noten que de pasaron a la historia del hacer nada y de que fueron olvidados por los colombianos.