Francisco Cifuentes
En la búsqueda de material para documentar los comentarios que hago en el el abedul, en la sección sobre la guerra, me tope gracias al poeta y librero de viejo Guillermo Martínez González con un libro de Robert D. Kaplan “El retorno a la Antigüedad, La política de los guerreros” que trae algunos paralelos entre las situaciones bélicas pasadas y presentes; estas últimas semanas he estado siguiendo de mala gana los confusos debates sobre la ley de Justicia y Paz que se adelantan en el Congreso en medio un mar de propuestas y situaciones contradictorias sobre lo que se quiere, lo que se dice, lo que se pacta y lo que se hace. Casualmente este autor tiene un resumen sobre las guerras púnicas de Tito Livio “Aníbal contra Roma”, que me retrajeron al paralelo de la situación en el Senado romano respecto de la guerra con Cartago y de la que se está dando en el parlamento colombiano durante el trámite de esta ley.
Dice Kaplan que las generaciones actuales creen en su singularidad, es decir, que la época actual es única, que la sensatez y la sabiduría es de los hombres hoy no de los de ayer que se embarcaron en guerras inútiles. Trae en su apoyo sobre el engreimiento de los hombres del presente esta frase de Tito Livio “es humano negarse, en una época de regocijo, a escuchar argumentos que convertirán la sustancia misma en la sombra”. Este hecho de negación a escuchar los argumentos sobre la importancia y la necesidad de legislar sobre un problema que visto en la situación actual es de una “época de regocijo” para los legisladores porque los guerreros de “Aníbal” están concentrados, están desarmados, están dóciles y por lo tanto son una amenaza es el primer llamado que se presenta en la miopía del legislador colombiano al dar largas al trámite y al no detenerse a evaluar el riesgo de un fracaso en el tratamiento de estos guerreros que quieren negociar y tratar de legislar para “malos angelicales” que nunca han traficado con droga, que nunca han cometido ningún crimen atroz, que nunca han levantado la mano; de querer hacer “que haya cama para todos los animales” y recobrar el tiempo, la historia y la propiedad perdidos en una sola tacada. Algunos legisladores y el comisionado tienen claridad sobre lo peligroso de estas fuerzas dormidas y la necesidad de fraccionar los problemas a encarar, mientras otros quieren “amargar a los perdedores sin privarlos de la capacidad de vengarse”, lo que genera a la larga una paz inestable. Aníbal había invadido casi todo el territorio de Italia y esta parece ser la situación con las autodefensas, si se cree en las denuncias que hacen los mismos legisladores sobre su participación en los gobiernos locales, la gran influencia que tienen en los resultados electorales, la reconfiguración del inventario de las propiedades rurales en todo el territorio nacional, y las cifras de las fuerzas mercenarias “que hablan con distintos acentos” con que cuentan. El senado colombiano ataca al comisionado como si fuera el jefe militar, cometiendo el mismo error de los romanos que no se definían por un solo jefe que enfrentara a Aníbal, cabe citar lo que dijo Fabio Máximo cuyas primeras acciones contra el invasor “no recibieron más que el desprecio” para encajarlas en la situación de crítica que está recibiendo en los debates el comisionado en su carácter de comandante político “No importa que califiquen tu prudencia de timidez, tu sabiduría de pereza, tu estrategia de debilidad; es preferible que un enemigo sabio te tema a que los amigos necios te elogien”.
Ralito como Cartago sufrió ya una primera devastación cuando la subversión arrasó con todo y lo dejó convertido en un territorio despoblado y ralo, de ahí su nombre. Aníbal tuvo a sus pies la capital romana y en un error de estrategia y de cálculo no la atacó. El senado colombiano tiene pues, este espejo para mirar que la torpeza está en la esencia del hombre y los hechos del pasado pueden repetirse para desgracia de los colombianos.