Francisco Cilfuentes
El determinismo de la historia, –si la conducta de los colectivos humanos tienen un fin social– emerge continuamente entre los teóricos políticos y de nuevo se sumerge como modelo, cuando fracasan los movimientos sociales en verdaderos cataclismos. Entre los últimos están el derrumbe de la Unión Soviética, la guerra de Yugoslavia, el derrumbe de los Talibanes en Afganistán y las dos guerras de los Estados Unidos contra Irak. Antes de teorizar sobre si hay un determinismo en la historia, debe uno preguntarse si la historia tiene algún valor para el presente, si contribuye en algo a los fines supremos del hombre. Creándose con esta pregunta un nuevo problema: ¿Tiene el hombre colectivo un fin?
Esto viene a consideración porque dentro de los reproches que han hecho los expertos, incluido el vice-consul del Secretario de las Naciones Unidas en Colombia, sobre el texto aprobado del proyecto de ley de Justicia y paz, –antes conocida como de Alternatividad penal–, lamentan que no se pueda conocer la Verdad, al excluirse la confesión como requisito de la pena alternativa. Lo que en el final determina que no se sabrá la Historia Oficial del paramilitarismo en Colombia, que sería la que ellos refrendarían previa cotejación con sus prolijos apuntes sobre las violaciones del DIH y de los DD HH, vistos desde la óptica rojiza de sus lentes de visión de la realidad social.
La memoria de la guerra, para mí, no tiene importancia, y entre más detallada, peor es escucharla. Es más, si se escucha mucho, y es muy larga, se vuelve leyenda mitológica como ya ocurrió con la guerra de Troya narrada en la Iliada o la batalla de los Pandavas y los Kurus narrada en el Mahabarata. Se puede citar también en las épocas más o menos recientes las guerras en Sudán y preguntarse si Wiston Churchill perdió el tiempo documentando su libro The river war, pues hoy en Darfur los trescientos mil muertos de los últimos años no leerán el libro de su historia, ni esta nota. Como tampoco tendrán la oportunidad de leer “La verdadera guerra de los paramilitares” aquellos que mueran por la intransigencia de los adoradores del pasado y los documentadores enfermizos, que pretenden bloquear el proyecto porque como está redactada la ley “desafortunadamente no se conocerá la Verdad” .
Volviendo al determinismo social, el genocida puede decir que el solo quería lograr la felicidad de los habitantes del primer mundo enviándoles cumplidamente la droga balsámica con la que las mayorías de las elites de allá encuentran la felicidad. Que él era un mero instrumento de las circunstancias de un conflicto de embaladores de droga. Por eso también veo, la nube oscura que se pretende echar sobre el proceso de desmovilización por los puristas “que no le han puesto la nariz a una línea”, o “fumado un cacho” quieren excluir del proceso, contra toda evidencia, a los vinculados remotamente con el narcotráfico.
Él genocida sometido puede citar también el torbellino de violencia donde cayó su vida, por haber padecido una injusticia como la muerte de su padre, o el saqueo de sus propiedades. En su libro Robert Kaplan “El retorno de la antigüedad, la política de los guerreros” trae una cita de los Shi ji (Recuerdos históricos o hechos históricos memorables), de Sima Qian, el Tucídides de la antigua China, cuya historia de las dinastías Qin y Han da cuenta de pasajes como éste:
“Chen She, nacido en una humilde choza con ventanas diminutas y una puerta de adobe, jornalero en el campo y recluta de guarnición, cuyas aptitudes no alcanzaban ni tan siquiera la media […] dirigió un grupo de varios cientos de soldados pobres y cansados en una revuelta contra Qin. […] Las armas que improvisaba con azadas y ramas de árbol no podían igualar lo afilado de lanzas y picas; su reducido grupo de reclutas de guarnición no era nada al lado de los ejércitos de los nueve estados. […] Qin [era] un gran reino y durante cien años hizo que las antiguas ocho provincias rindieran homenaje a su corte. Sin embargo, después de hacerse dueño de las seis direcciones […] un solo plebeyo [Chen She] se enfrentó a él y sus siete templos ancestrales cayeron”.
En el fenómeno de los paramilitares si queremos la historia, se van a encontrar varios plebeyos Chen She, y la forma como para enfrentarse con los “nueve frentes” de Qin que los atosigaban, armaron la revuelta y derrotaron a los señores de la guerra. Cómo dentro de los “seis vientos” estaba este del narcotráfico con el cual financiaron la guerra y todo, absolutamente estaba determinado para que ocurriera así.
Pero qué nos importa esto hacia el futuro. Qué nos importa que la historia sea al contrario y que Chen She ni siquiera haya visto la luz de su pequeña ventana porque murió cuando era niño en “Machuca” en una trágica madrugada y que Qin siga siendo el rey que todavía es el que dice y decide lo que debe hacerse o no por allá. Que nos importa que la historia de Qin sea a su vez el nombre de guerra de otro Chen She a quien un funcionario de la Caja Agraria le negó un préstamo para su coperativa campesina.
Lo esencial es aprovechar una voluntad de desmovilización de un grupo numeroso de poderosos guerreros y ofrecer una “alternativa” que los integre de nuevo en la sociedad. Pretender desmantelar las estructuras políticas, castigar en el extranjero a los narcotraficantes, redimir a las víctimas y conocer la verdad es un estúpido sueño de la Justicia Universal y poner la vida de los colombianos de hoy que morirán de continuar el conflicto, como un costo inevitable de la humanidad para llegar a ese Bien Supremo al cual estamos determinados por la Historia.